tierras taurinas




Controversia LORQUIANA
y DOXA animalista

¿Qué es realmente el toreo: el juguete de una mafia cínica o la fiesta más culta que existe? ¿Quién tiene razón de los dos Lorca: Antonio o Federico? Para saberlo, hay que viajar por todas partes. Cada aficionado es libre de elegir: entre el “todo sistema”, con el sentido de Antonio Lorca, y el circuito alternativo de las plazas de arte y ensayo, las posibilidades son infinitas para dibujar una temporada propia. Que nadie busque el menor rastro de objetividad: el viaje que comienza, en busca de una respuesta ante la controversia lorquiana, es al contrario muy subjectivo y arranca aquí.

En el último medio siglo, la idea de que el Hombre y los animales son iguales se ha extendido en nuestra sociedad con una facilidad inquietante. A la vez que aumentaba la compasión hacia los animales, disminuía la solidaridad por el ser humano. El pasado 4 de octubre, en París, el coloquio organizado en el Senado por el Observatorio de las Culturas Taurinas sentó las bases teóricas para acabar con la doxa animalista.

Estado de urgencia

El viento de cambio sopla ya, sin duda, para muchos. La inestabilidad, la inseguridad, las perpetuas y múltiples polémicas que nacen y luego se apagan de la noche a la mañana, fomentan un ambiente malsano donde se hunde nuestra sociedad, como el Brexit en la niebla de Londres. Las certezas, los indicios y la esperanza de una vida ordenada han desaparecido incluso entre los ciudadanos más optimistas. ¿Qué ocurrirá mañana? Ningún visionario podría adivinarlo, cuando los vencimientos electorales provocan en la clase política un comportamiento desenfrenado que, en otras ocasiones, habría descalificado a sus responsables. La idea del honor, en el sentido bushido o taurino del término, se desconoce entre las élites universitarias, fábrica de tecnócratas sin alma donde, ante todo, se cultiva el cinismo de clase. El mal se encuentra en todas partes, y los sectores más desfavorecidos temen ser descalificados por los azares de un contexto económico que nadie sabe si algún día se estabilizará. ¿Estamos en la cresta de una ola, a la espera de la siguiente, en la que podremos surfear para salir a flote, o sólo empezamos la inevitable bajada hacia el abismo?

Para comprender el estado de la sociedad, como escribió el filósofo Ortega y Gasset, basta con observar la salud del mundo taurino. Pero la frase inversa también resulta válida: para comprender la evolución del mundillo, basta con estudiar las tendencias sociales.

Desgraciadamente, el diagnóstico no es divertido: impregnados por un malestar superior, y sometidos a los rebotes aleatorios que pueden irrumpir en el curso de toda existencia, cada vez más aficionados parecen poseídos por un impulso autodestructor que permite su liberación a través de las redes sociales. Lo critican todo y nadie está a salvo de los más radicales, para los cuales el mundo taurino ha entrado en fase terminal. Surfeando sobre esta marea contaminada, el periódico El País, bajo la pluma de Antonio Lorca y el título “El toreo, una mafia sin competencia”, publicó una requisitoria apocalíptica, denunciando confusamente los chanchullos de las empresas y los apoderados, la ausencia de relevo, la posición hegemónica de ciertos matadores, la decadencia del toro de lidia, las trampas del sistema que sortean los toreros jóvenes, que José Tomás torea demasiado poco y que otros torean demasiado, la falta de público en las plazas, la decadencia de ciertas ferias… Males reales, pero no nuevos, y que por sí solos no conforman los únicos síntomas para analizar la situación de la nación taurina: para saber si el balance es ponderado, a la hora del equilibrio, resulta necesario llenar ambos platillos.

Por supuesto, el artículo de Lorca cosechó la enhorabuena de un sector de la afición que compartía su análisis, pero también las observaciones hirientes de ciertos colegas, a quienes acusaba de estar a sueldo del sistema y de haber perdido toda independencia a cambio de algunas prebendas. Tampoco nada nuevo si se recuerda que, en la gran época de la prensa taurina, durante la primera mitad del siglo XX, los periodistas compraban sus columnas en los diarios como un notario su oficina; un gasto que rentabilizaban más tarde. La crítica más juiciosa vino de un periodista de Expansión, quien aconsejó a Lorca dejar su tribuna, ya que no parecía muy coherente querer escribir sobre un mundo que rechazaba en bloque. Y como siempre en las redes sociales, después de arder durante 24 horas, el “tuitendido” pasó a otra cosa al día siguiente. La red es un exutorio a veces perjudicial, pero posiblemente saludable para aquellos que vierten en ella sus frustraciones. Por supuesto, el artículo de Lorca dejó rastro, primero en su currículo, hasta el punto de que numerosas voces denunciaron un ataque dirigido, no contra el sistema, sino contra la Fiesta. La ambigua posición de El País desde hace muchos años, y más últimamente, incita a pensar así.

A imagen de la izquierda institucional de la cual es su portavoz, el gran periódico madrileño prosigue su trabajo de cacería: las crónicas antitaurinas sucedieron a las columnas, y el papel de Lorca, peligroso pues procede del interior, toma niveles de alta traición. “Dice aquello que pensamos todos”, afirman sus partidarios, poco numerosos pero muy virulentos. “Hace mucho tiempo que se pasó al otro bando”, aseguran los actores del mundo taurino, que ya no se sorprenden por sus ataques. Sería interesante estudiar esta manifestación de despecho amoroso que empujó a Antonio Lorca, periodista taurino atípico, puesto que pocas veces se le ha visto entusiasmado, salvo cuando colaboraba en el difunto Toros92; pero es mucho más interesante observar, a lo largo de la temporada pasada, si sus ataques se justifican por una realidad evidente, o si, como a menudo sucede en los asuntos pasionales, el pathos nubló la razón. Dicho de otra manera, habría que verificar, por el interés común, si el autor no traspuso sobre el mundo del toro la impresión de penosa decadencia que sufre su propia afición, y el sentimiento de un fin próximo que concierne, en primer lugar, a su propia inspiración. Escribir sobre este asunto es escamoso, y algunos lo interpretarán como una prueba de sumisión al sistema. Asumido este riesgo, conviene precisar que el análisis que viene a continuación, titulado “La controversia lorquiana”, en forma de road movie, tiene como fin demostrar que aún es posible encontrar picos de satisfacción a pesar del contexto difícil, pero no catastrófico, como pretende Lorca. Sin recurrir a la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, se trata de demostrar que, a poco que se conserve la ilusión y que se sepa leer los carteles, el mundo de los toros todavía tiene belleza que ofrecer y que, lejos de homogeneizarse, conserva una diversidad divertida, a condición de salirse de los caminos conocidos y de tomar una sendera donde la prensa nacional no se aventura, lo que denota otro error por parte de Lorca: ¿cómo puede analizarse la realidad de una cultura tan compleja si la aborda desde la ladera más visible y jamás sube hasta la cara escondida? Esto también permite relativizar la afirmación perentoria de Antonio Lorca, según la cual “la Fiesta desaparecerá, no por imposición de los que mandan, sino por la desidia de los que pagan”. Algo incierto. Y de un Lorca a otro, como diría Céline, más vale recordar lo que escribía el autor del canto fúnebre: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Es, pues, obligación de cada uno distinguir lo falso y lo verdadero.


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